Para Dios nadie está perdido. Si no sentimos su presencia es nuestra culpa, es que no le hemos aceptado. Las tres parábolas nos invitan a la confianza en Dios que nos busca con amor. El Dios de Jesús es “ABBA”, es decir, padre y madre de amor incondicional, de misericordia y compasión. No tiene nada de juez que analiza nuestros actos. Es un Dios que busca a la persona extraviada. Es un Dios que no vino para salvar, sino a decirnos que ya estamos salvados, acogerlo o no depende de cada uno. La misericordia de Dios es gratuita, pero no cambiará nada en mí, hasta que yo lo acepte. Entonces no es que puedo hacer lo que quiera porque Dios ya me ha salvado, esa salvación no llegará a mí, sin que yo la acoja. Y acogerla significa vivir desde Él y para Él.
Dios no nos ama porque somos buenos, somos buenos porque hemos descubierto lo que hay de Dios en nosotros (amor). El motor que mueve nuestra vida debe ser la “ACTITUD” que Dios tiene con nosotros.
El arrepentimiento y la confesión no es para que Dios nos perdone, sino para que nosotros descubramos el mal que hemos hecho y aceptemos el amor de Dios que nos llega sin merecerlo. La confesión es signo de que yo he fallado, pero también de que Dios nunca nos falla, ni se aleja.