Experiencia compartida (España)

Durante estos dos meses con nuestras hermanas mayores de las comunidades: Barañain, Burriana y León, vivimos momentos impares de gracia, gozo y de sentido de pertenencia.

El primer aspecto que facilitó nuestra integración fue la acogida de las hermanas, que nos hizo con que nos sintiéramos parte de las comunidades. Nos marcaron las virtudes, el sentido de pertenencia y responsabilidad una por la otra, el testimonio de ser hermanas (aceptación de lo que somos, no de lo que quisieran que fuéramos, la cercanía), la atención y el acompañamiento mutuo.

La oración fue la clave que hemos sentido en las hermanas, momentos de silencio y contemplación, lo que se refleja en ellas dando sentido y coherencia a sus vidas. Esto nos invitó a seguir haciendo la experiencia de encuentro con Dios y la relación de manera profunda con ellas.

En los momentos comunitarios (recreación, bailes, juegos y noticias) hemos sentido el compartir de la vida, haciendo una lectura crítica de lo que veíamos en las noticias. A la vez nos invitaban a participar en la situación vital de las personas.

También nos marcó la cercanía de nuestras hermanas con las personas del pueblo, de la comunidad cristiana. Con esto las personas sienten el cariño y presencia de ellas.

NUESTRA APORTACIÓN

En la acogida, sentimos que la integración es muy importante en una comunidad, porque si eso falla vivimos como extranjeras en nuestra propia casa. Por eso en el primer día, las hermanas conscientes de esta realidad nos enseñaron lo esencial de la casa y desde esta apertura nos sentíamos libres, en participar en la vida comunitaria.

El sentido de pertenencia nos ayudó a vivir y compartir nuestra vida entre las hermanas mayores y jóvenes porque todas tenemos algo que aportar. Aprendimos la importancia de la escucha, interesándonos por lo que la otra expresa, aunque repita varias veces. Eso nos ayudó a cultivar nuestra paciencia y a vivirla diariamente, algo aprendido desde la práctica.

En el acompañamiento mutuo y la responsabilidad vividos por nuestras hermanas, nos ayudaron a tomar la conciencia de la importancia de caminar juntas y marcar nuestra presencia (aquí estoy contigo), sin que nos lo digamos.

La oración y la contemplación de las hermanas nos ayudaron a potenciar más en nosotras el gusto de estar con el Maestro y tomar conciencia de que lo que hacemos encuentra su sentido en Él. Esta vida de oración se transmite en la alegría, algo que nos desafía a cultivar más y a crear el ambiente que nos ayude a vivir.

Hemos sentido que, aunque algunas hermanas no tienen fuerzas físicas, están gozando de esta relación íntima con Dios, una experiencia que es fruto de un trabajo hecho a lo largo de sus vidas.

En los momentos comunitarios (comidas, recreación) se privilegiaba el compartir las experiencias hechas en las misiones y en la formación. Aunque estemos en esta sociedad global, nuestros medios de comunicación social no interferían en estos momentos de estar juntas.

Fue una oportunidad de compartir mutuamente las alegrías de nuestro ser misioneras, de nuestra parte aprendemos el gozo de entregar la vida a Dios, por amor a los demás. Nos marcó bastante la unidad que brota de la vida espiritual, alimentada diariamente por la Eucaristía.

Esta experiencia nos marcó positivamente de tal manera que cambió nuestras perspectiva y concepción de nuestra consagración como misioneras, si es posible nos gustaría volver a agradecer a las hermanas todo lo que aprendimos con ellas. Estamos inmensamente gratas a las hermanas del Consejo General por la iniciativa.

¡NUESTRO ABRAZO FRATERNO!

De: Clara y Vanesa; Gilda y Salomé; Ángeles y Rafaela.

“Hacemos bien a las personas en la medida en que las amamos”- Madre Ascensión Nicol

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