Observar, reflexionar, entregar, crecer

La idea de salir a la misión surge como una inquietud por adentrarme en realidades desfavorecidas y desconocidas para mí, presentes en tantos países alrededor del mundo. Esta llamada se va gestando poco a poco y, de manera constante, a través de las experiencias que vivo a lo largo de mi vida. En ese proceso y junto con la formación recibida a lo largo de todo un año en Madrid, consideré necesario salir de mi zona de confort y dejar mis comodidades a un lado, mi familia, mi trabajo y mis amigos y adentrarme durante 6 meses en Sabana Perdida, República Dominicana, lugar al que se me destinó.

Desde el primer día, algo importante para mí en la misión ha sido observar y escuchar para poder ir aprendiendo y conociendo a la gente, sus tradiciones, sus sueños y sus luchas. La acogida desde el primer día fue increíble. La primera tarde que llegué conocí la realidad de los campesinos del Seibo. Personas que hace un año y medio fueron expulsadas de sus tierras sin motivo alguno y que siguen manteniendo la esperanza de volver a su tierra, su hogar, pese a la violación de derechos a los que han sido sometidos. Algo clave para mí en la misión es ser consciente día a día de cuál es mi papel en todo esto; llegando a entender que, el apoyo en la marcha pacífica de los campesinos hacia la presidencia, una larga conversación con ellos entre risas y cantos o simplemente, jugar a las cartas y acompañarlos a lo largo de toda esta lucha es aquello que necesita una persona cuando se encuentra fuera de su casa, de su familia y aquello por lo que ha vivido y trabajado durante toda su vida le ha sido arrebatado de un plumazo. Y pese a todo esto, cada día que aparecía para visitarlos me recibían con un abrazo, una sonrisa y muestras de agradecimiento mientras compartíamos juntos la comida que había para ese día y las actividades organizadas.

Otra de las realidades presentes en mi día a día es la situación de La Zurza; barrio de Santo Domingo con un mercado frenético donde la gente trabaja sin descanso para poder sobrevivir y sacar a sus hijos adelante. En este contexto encontramos la escuela de la que formo parte en estos meses, Solher (Solidaridad entre hermanos), fundada por las hermanas misioneras dominicas del rosario. Es una escuelita pequeña donde acuden alumnos desde preescolar hasta tercero de primaria sin más separación entre una clase y otra que una mera cortina. Los maestros y las hermanas dominicas se esfuerzan diariamente para que alumnos que llegan a la escuela sin saber leer y con una familia desestructurada tengan derecho a la educación y se logre una mejora en el clima familiar. Mi papel en la escuela consiste en dar clases de educación artística en primaria, refuerzo escolar y orientación familiar. Esta experiencia ha sido toda una relevación por conocer a niños que a pesar de las duras condiciones en las que tienen que vivir desde pequeños junto con sus familias logran mantener la sonrisa constante, disfrutar, aprender y te regalan todo su cariño sin pedirte nada a cambio más que estar con ellos en clase y prestarles atención.

En este mes y medio de misión he podido darme cuenta de todo lo que estoy aprendiendo de la gente que me rodea, al compartir con ellos una misa un domingo con los jóvenes y adultos de la parroquia de San Martín de Porres, una visita  a la casa de un enfermo, una comida o una cena en comunidad con las hermanas o una conversación acerca de las desigualdades existentes entre países de este mundo en cuanto a educación, sanidad, corrupción, seguridad y justicia.

Una pieza imprescindible en esta experiencia de misión está siendo la convivencia en comunidad con las hermanas misioneras dominicas del rosario. Ha logrado ser un gran descubrimiento y un aprendizaje al compartir desayunos, tareas del hogar, oraciones, dulces y largas conversaciones acerca de todo lo que acontece en el día a día en la misión. Estos espacios me hacen integrar mejor todo lo que ocurre a mi alrededor y sentirme acompañada también por ellas. Por otro lado, tengo la fortuna de estar compartiendo esta bonita experiencia con Javi, mi pareja, con el cual me siento acompañada y crecemos juntos en la misión. Asimismo, compartimos momentos de descanso semanales buscando espacios personales donde poder reflexionar y desconectar de todo lo vivido día tras día y de manera tan intensa.

Aún me quedan muchos meses de misión en los que seguir escuchando, observando y aprendiendo de lo que tengo alrededor, me siento muy afortunada de poder estar viviendo esta experiencia y ahora más que nunca soy consciente de la suerte que he tenido y tengo por la educación recibida en la escuela, el cariño recibido en casa, la atención sanitaria prestada en los hospitales, la seguridad con la que puedo andar libremente por la calle, el agua y la luz que consumo y la alimentación que disfruto todos los días.

Mipu-Cambra
Misionera laica española en República Dominicana

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