La riqueza de la sencillez

Nuestro estudio común en la misión con la familia Dominica, nos ha dado la oportunidad de ir a Dagat-Dagatan, Pampanga, un lugar rodeado de basura para experimentar el estilo de vida de los indígenas.

Por medio de esta pequeña exposición en la misión fuimos capaces de experimentar la vida como un misionero, siguiendo el ejemplo de nuestros fundadores, el Monseñor Ramón Zubieta y la bendita Ascensión Nicol. Ambos lugares de misión nos recordaron nuestra llamada a abrazar nuestra vocación como un regalo precioso de Dios. Mientras viajábamos a la montaña de Tarik, nos caímos y sentimos dolor muchas veces, pero no nos vencimos.

Dagat-Dagatan es el área urbana pobre donde las personas viven en pobreza real. Son personas simples que están llenas de amor y se preocupan unos por otros, lo cual los mantiene siempre en armonía y unidad. Están satisfechos con lo que tienen viviendo en un ambiente de paz, viviendo en una casa hecha de bambú, escasez de agua, uso de baño común, pidiendo prestado lugar para cultivar, etc. Vivir en esta situación creemos que es difícil, sin embargo, ellos toman la vida como una bendición. Su derecho a vivir dignamente ha sido rechazado por el gobierno. Ellos son como muchas personas que quieren que sus voces sean escuchadas.

Este encuentro nos ha desafiado a volver a mirar nuestras historias de vida. A veces olvidamos nuestra identidad o desde donde venimos. Debido a nuestro egoísmo, damos nuestra espalda a los necesitados. Es más importante para nosotros vivir en sencillez que poseer muchas cosas y tener amor por nuestros hermanos y hermanas desesperados.

Luego de vivir con familias indígenas en Pampanga y los sin voz urbanos en Dagat-Dagatan por cuatro días, apreciamos la actitud que estas personas tienen hacia la vida. A pesar de vivir en pobreza están unidos para enfrentar sus realidades. Sentimos que han integrado nuestro llamado y nuestra vocación misionera a sus vidas; practican la llamada como servicio y no a ser servido.

Estamos agradecidas por estas inolvidables experiencias de quedarnos con la gente a quienes nuestra sociedad considera inferiores y pobres. Nuestras experiencias nos enseñaron que la real pobreza es negar nuestra identidad y no amar lo que tenemos. Nuestras familias de acogida son grandes maestros de quienes aprendimos la sencillez y honestidad. Siempre valoraremos estas experiencias porque nos ayudan no solo a la realización de nuestro origen y raíces, sino que también en el trabajo de misión, especialmente cuando lidiamos con los sin voz e inocentes.

Lo primero y más importante es que estamos agradecidas de Dios por darnos esta inspiradora experiencia. También agradecemos a nuestras hermanas y benefactores que nos dan esta oportunidad de tener esta experiencia de vida de aprendizaje.

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