Compartiendo nuestra experiencia creyente frente a la pandemia que vivimos.

En esta realidad que atravesamos, nos hallamos desconcertadas por este fenómeno que a todos nos provoca dolor, angustia y miedo, por eso, nos gustaría poner de manifiesto todos los sentimientos que traemos en nuestros corazones. Cuando todo parecía caminar hacia un horizonte seguro, nos vimos sorprendidos por un elemento extraño en medio de nosotros, denominado Coronavirus, cariñosamente conocido por “coronas”, que a todos nos quita el sueño por la noche.

 Se infiltró en la humanidad como un intruso, sin pedir permiso. El coronavirus vino para despertar a la humanidad, para tomar consciencia de su limitación, algo tan pequeño, invisible a nuestros ojos, hizo callar el mundo, desafiándolo con su presencia. Por un lado, nos hace sentir nuestra fragilidad existencial, nos hace sentir que somos todos peregrinos, mayores, jóvenes y niños; ricos y pobres; reyes y campesinos; Judíos, Musulmanes y Cristianos; ignorantes y expertos, estamos en el mismo barco, somos todos iguales frente al Virus; vemos que las ideologías políticas no tienen lugar, la seguridad personal está en causa, pues en un momento donde la economía estaba en el auge de su prosperidad, de pronto surge una caída brusca que la compromete.

Por otra parte, esta realidad,  nos hace fortalecer los verdaderos valores éticos y morales que si había debilitados en el mundo posmoderno: recuperamos el valor de la solidaridad que abarca a todos los sectores públicos y privados comprometidos en erradicar los efectos de la pandemia con una dedicación y entrega sin límites sobre humanos; la búsqueda del bien común de todos los gobernantes del mundo  se hace sentir en sus discursos y procedimientos; ha traído la reconciliación de las ideologías y fronteras políticas; dio primacía a la dignidad de la persona humana, asegurando sus derechos fundamentales, dando lugar a la igualdad social; descubrimos el valor de la familia, la importancia de la convivencia entre padres e hijos, y los tiempos de ocio, fruto de un equilibrio entre trabajo y dedicación familiar o personal; la importancia de la ciencia y de la tecnología, si impone, facilitando el funcionamiento de la vida a todos los niveles (personal, familiar, laboral, religioso y político); el ambiente ecológico han ganado más calidad, debido a la limitación de los gases contaminantes en la atmósfera. Todos estos gestos son para nosotras signos del Reino de Dios “ya “presente, pero, que todavía “no” ha llegado a su plenitud.  

En la esta construcción del Reino, nos queremos comprometer poniendo nuestro grano de arena, creando y compartiendo la esperanza y la fe en Dios de la vida que nos acompaña en la historia y nos conduce a un final donde abundará la gracia transformadora de una nueva sociedad, fraterna, justa, libre y pacífica.

Juniorado Congregacional

Madrid, marzo, 2020

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