El grito de las y los empobrecidos en tiempo de covid-19

El grito de tanta gente empobrecida siempre ha estado allí, pero cada vez aumenta más y, después de Covid-19, según las proyecciones mundiales aumentará mucho más. En la zona 18, El Limón y los asentamientos aledaños como Esquipulas, Candelaria, Holanda, Italia y tantas otras zonas son llamadas zonas de las áreas marginales, zonas rojas. Son lugares donde se ha ido arrinconando a más gente, hombres, mujeres, niños y niñas que día a día sobreviven. No son pobres porque así lo deseen, sino son pobres porque los sistemas los empujan a vivir en pobreza y pobreza extrema, hasta el punto de ser los descartados de la sociedad. Se cumplieron 5 años del grito del 25 Agosto 2015, fecha en que nos auto convocamos para exigir cambios profundos en el país y gritar “no más desigualdad, no más corrupción, no más mafias que saquean el país, no más…”; los gritos no cesan, pero los oídos siguen sordos, no se inmutan. Y hace 22 años, un 24 abril también Mons. Gerardi públicamente dijo “Guatemala nunca más desigualdad”, nunca más muerte.

Después de seis semanas de confinamiento, la vida en estos barrios se torna más dura y dramática cada día. Por cualquier callejón por donde se pasa, se encuentran rostros entristecidos, agobiados, desesperados y muchos y muchas no encuentran salidas. El drama más fuerte ha sucedido el día 23 de abril, un hombre de 38 años de edad, tomó la dura decisión de acabar con su vida. No encontró más salida. Días anteriores dicen los vecinos que estuvo preguntando si alguien necesitaba de sus servicios, era herrero. Los demás también pasan por la misma situación y no pudieron ayudarle. Queda una familia más rota de la que estaba antes y con el duelo en el cuerpo.

*Dishany.

En otra cuadra, el encuentro fue con una familia grande, la mayoría niños, niñas y adolescentes menores de 16 años y dos personas adultas. Esos últimos, el abuelo y la hija, están a cargo de ellos. Se llama Mayra y tiene 6 hijos e hijas. El marido, un día se fue y nunca más volvió. El resto de niñas y niños son de una hermana que los dejó y hasta la fecha no saben de ella. Mayra desde hace un mes no puede ir a trabajar… atiende un comedor ubicado por el mercado de la terminal.

La preocupación de Mayra cada día es, ¿cómo alimentar a 13 personas? ¿Cómo tener al menos una comida al día? Dishany, una de las niñas de la familia, con una sonrisa transparente e inocente nos abre la puerta de la casa. Ella es de las que día a día sale a vender pasteles, tamalitos de chipilín, shepes o chuchitos… para ver si sacan unos centavos para su sobrevivencia. ¿Cómo pedirles que se queden en su casa? Si deben de ayudar a buscar su alimento para cada día, si viven todos en unos pocos metros cuadrados donde el techo y las paredes son de lámina. ¿Cómo animarles que sigan las clases a través de los medios de comunicación, si lo primero es atender la sed y el hambre?

*Maria.

Seguimos caminando por los callejones y seguimos contemplando rostros cargados de tristeza e incertidumbre. Llegamos al otro lado del cerro, fue con doña María. Es una mujer admirable. La conocimos hace unos cuantos años, desde aquel primer encuentro hasta ahora, es otra persona. Ella no levantaba la mirada. Ahora sí, pero vive su propio drama. Es una mujer viuda. El marido murió alcoholizado. Está a cargo de 5 hijos varones y 3 hijas. Migraron del interior del país porque allá tampoco tenían futuro. Con su hijo mayor siguen trabajando. Doña María trabaja en una tortillería ganando Q 15 quetzales diarios. Su labor inicia a las 6:00 de la mañana hasta las 2:00 de la tarde. La injusticia y la explotación laboral son recurrentes en este tiempo. Son nueve personas a las que tiene que alimentar con un poco menos de 40 quetzales al día. Tampoco pueden quedarse en casa, sería morir de hambre. Los más pequeños tampoco pueden seguir las clases por ningún medio. En años anteriores no habían podido ir a la escuela del barrio, en el 2019 y 2020 pudieron inscribirse e iban con mucha ilusión. Tres de ellos están en segundo grado y no les importaba la edad. Son niños y niñas que a pesar de la precariedad en la que viven, viven con ilusión la vida.  Ellos no tienen energía eléctrica y su casa es de lámina en paredes y techo. Debemos señalar que si la condición del apoyo del gobierno es tener tarifa social, pues ellos son de los que no cuentan, porque ni a eso pueden aspirar. Viven actualmente en un lote que no es de ellos, con el riesgo de que en cualquier momento los desalojen. Al preguntarles lo que significaría para ella quedarse en la casa responde “seño no nos podemos quedar” no hay más opción que salir a trabajar.

*Ávida.

Aunque esta realidad ya no es extraña, en este contexto el corazón se estremece cada vez más.  Y a pocos metros, el encuentro fue con doña Ávida, una mujer joven, de treinta cinco años de edad. Hace unos años se quedó viuda. Su esposo era taxista y lo asesinaron, como uno más de tantos que han asesinado en este país. Casi con los ojos llorosos recuerda ese momento. Desde entonces dice “me toca más duro”. En tiempo normal: “yo vendía un poco más cuando los niños pasaban de aquí para allá”. Ella vende en la calle papas fritas y lo que vaya apareciendo. No ha dejado de sacar la venta, pero no vende casi nada. “Si no salgo siento que me puedo volver loca, aunque sea sacar para las tortillas”.  Tiene tres hijos y una hija. Vive en una casa alquilada. Como ya se ha atrasado con el pago, le han pedido que desaloje en un mes el cuarto. Y también le preocupa mucho que pronto entrará el invierno, porque la lámina está como un colador.  Tampoco ha pagado la luz y no duda que  venga con orden de corte. Reconoce y dice: “hay quiénes están peor que nosotros”. Está muy preocupada sobre todo por la educación de sus hijos e hija. Debe elegir entre comer o comprar minutos en redes sociales para que sus hijas hagan las tareas. Lucha para que estudien y puedan salir adelante. La generosidad y la solidaridad entre los empobrecidos es más evidente, en medio de sus carencias, doña Ávida ha acogido a una joven en su casa, con su propio drama también. 

Al bajar del otro lado del cerro nos encontramos con otro drama, ahora es una joven, con una situación similar a la que viven tantas mujeres de este país. Es una mujer joven y soltera. Ella vivía acoso sexual por un miembro de su familia, hasta que logró salir de su casa y alquiló una cuarto en la misma zona. Pero con esta crisis, ha sido despedida de su trabajo. Su mayor preocupación es ¿podrá seguir pagando la habitación y la comida? Lo que menos quiere es volver a la casa de los padres, que también alquilan casa y viven condiciones precarias.

Tanto los despidos, la violencia sexual y maltrato contra las mujeres, cada día son más alarmantes. Es un grito que no se puede ignorar, que no se puede dejar de escuchar. Es elegir entre el confinamiento o la muerte por violencia y hambre.

En una de las imágenes se puede ver que las mujeres, ancianos, niños y niñas personifican los gritos de este pueblo empobrecido. La familia de María, es de las familias que con mucha pena y tristeza han tenido que recurrir a levantar banderas porque necesitan comida y medicina.

 

Estas historias vivas se repiten una y otra vez. No alcanzaría a relatarlas todas, pero es necesario escuchar algunas, sólo de esa manera nos podemos dar cuenta que cómo dice doña Ávida que “hay quiénes están peor que nosotros”, siempre hay más pobres entre los pobres, y lamentablemente en este país cada día se suman más. Ya están en la categoría de los descartables, los que ya no cuentan para el sistema, porque molestan y son un estorbo.

Ante esta realidad, brotan sentimientos de impotencia, indignación y surgen tantas preguntas: ¿por qué tanta injusticia y desigualdad en este país? ¿Por qué aún en medio de la crisis por la que transita el mundo, se sigue privilegiando a los de siempre? ¿Por qué anteponer la economía a la vida, y de manera dramática a la vida de los y las más empobrecidas de este país y las del mundo entero? ¿Por qué las mujeres siguen siendo tan maltratadas y violentadas? y en el día a día en su mayoría, son la que ponen la cara y todas sus fuerzas para sacar adelante a sus hijos e hijas.

Ver la tenacidad de Mayra, María, Ávida, Dishany y otra infinidad de mujeres, llena de esperanza y ánimo para decir que en medio de la crisis hay que cambiar la historia. Que zonas ignoradas como El Limón, hay miles, y en ellas viven personas que trabajan duro día a día y que hay que empujar otra historia. En palabras del papa Francisco, recuerda a la humanidad que “No podemos escribir la historia presente y futura de espaldas al sufrimiento de tantos”[1]. Frente a la realidad de la humanidad y del país, los seres humanos y más directamente tú y yo seremos capaces de levantar la voz y unirnos para empujar otra historia…

Hna. Laura Yax Tiu

Misionera Dominica- Guatemala

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