Dios es Espíritu y lo inunda todo. Hoy celebramos una realidad que ya está presente hace más de dos mil años, y más que celebrar es recrearla y vivir esta presencia del Espíritu en nosotros que no nos faltará en ningún momento.
La presencia del Espíritu no es un privilegio de los que creemos, sino que todos tenemos como fundamento de nuestro ser a Dios-Espíritu, aunque no nos demos cuenta de ello. Cada uno de nosotros estamos impregnados de ese Espíritu-Dios que Jesús prometió.
La invitación es a ser conscientes de que, sin él, nada somos. Ser cristiano consiste en alcanzar una vivencia personal de este Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a la plenitud de nuestro ser.
El Espíritu nos hace libres. Recordemos las palabras de Jesús: “No han recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos que les hace clamar Abba, Padre”. Podemos llegar a Dios con la confianza de un hijo y acoger a los demás como hermanos.
Todos poseemos el Espíritu de Dios y él nos posee por igual, somos gotas de agua en el inmenso mar de su amor.
“No te esfuerces en encontrar a Dios ni fuera ni dentro. Deja que Él te encuentre a ti y te transforme”