Todos conocemos el agobio y el cansancio, y qué maravilloso es saber que alguien nos espera ya sea con la comida, un rico café o simplemente nos espera. El camino se nos hace corto y disminuye el cansancio.
Escuchar a Jesús diciéndonos: “Vengan a mí todos los cansados y agobiados, y yo les aliviaré”, nos deja la sensación de descanso pleno, de paz y serenidad. Pero sólo pueden escuchar estas palabras los sencillos y humildes de corazón. No porque Dios lo decida así, sino porque algunos han creado su propio dios.
¿Quiénes eran los sencillos en tiempos de Jesús? Los ingenuos, los débiles, los que no razonaban, los sin voz, los que no tenían preparación y eran vistos como los malos, porque no conocían la ley y no la cumplían; los descartados como dice el Papa Francisco. A estos los prefiere Dios, porque llegar a Dios es más una experiencia profunda que un conocimiento, no es fruto del esfuerzo humano sino puro don.
“Mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. Jesús nos libera de toda “carga” que nos oprima y nos impida ser nosotros mismos, y nos da la fuerza necesaria para vencer los obstáculos de la vida, para abrazar nuestras sombras y convertirlas en luz. No olvidemos que son nuestras limitaciones las que nos permiten avanzar hacia la meta. No es el trabajo exigente lo que afecta la vida, sino los esfuerzos que no tienen como meta el amor. Todo lo que hagamos en bien de las personas nos traerá felicidad.
La vida sencilla y profunda es la que puede dar sentido a la existencia del listo y del tonto, del sabio y del ignorante, del rico y del pobre.
Si Dios se revela a la gente sencilla ¿Qué estamos haciendo para escuchar la voz de los sencillos?