¿Entonces que tenemos que hacer? Abrazar nuestras sombras y limitaciones, acariciar nuestras heridas con ternura. Entonces, estas se convertirán en luz, como oro que ilumina desde dentro y nos dispone a abrazar a los demás tal y como son.
Tampoco podemos evitar equivocarnos, y es casi la única manera de aprender. Además, cada obstáculo se vuelve una oportunidad.
Aceptar nuestra fragilidad también nos conduce a la humildad, y a sentirnos necesitados de Dios y de los demás. Cuando nos sentimos tristes estamos a un paso de la alegría, del reencuentro y la felicidad.
La plenitud es entonces, aceptar el dolor elegantemente, atravesarlo con maestría, sin sumarle el sufrimiento que nace de la no aceptación de nosotros mismos y de la realidad tal y como nos llega. Sumamos sufrimiento cuando tratamos de evadir la realidad, culpar a los otros por lo que nos pasa o culparnos a nosotros mismos.
“Si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera la verdad”. Proverbio oriental
“El objetivo del cristiano no es alcanzar la perfección, sino aceptar al otro a pesar de sus fallos.”