La experiencia del PAF (curso del Preparación para Acompañantes de la Formación) ha sido un gran regalo recibido al iniciar este año.
Y quiero loar la sabiduría de estas palabras: “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo…” (Ecle 3, 1ss.) Las mismas, las sé repetidas una y otra vez en boca de mi madre y de otras tantas mujeres sabias conocidas que han pasado por mi vida (catequistas, hermanas de congregación…).
Después de un tiempo de vida y misión, se me ha dado desde Dios la oportunidad de un tiempo de reciclaje. He pasado de un:
Tiempo para correr a un tiempo para caminar. Tiempo para hablar a un tiempo para callar. Tiempo para decir a un tiempo para escuchar. Tiempo para retener a un tiempo para soltar.
Entrada en la década de los 40, estos 4 meses han significado un paso más en mi proceso de integración de las diferentes dimensiones de la vida.
El curso me ha dotado de una serie de herramientas para acompañar mi crecimiento personal integral y el de otras personas.
Y me tocó vivir toda la crisis de inicio y continuidad de la pandemia en este contexto, lo cual fue oportuno para que el tema fuera incorporado al programa de formación. Al ser el grupo de varias nacionalidades, estuvimos mucho más cercanas a lo que se vivía en los diferentes países. Vivimos este tiempo en sintonía con el mundo. Entiendo a las monjas de clausura: tan lejanas y tan cercanas. Esto fue lo que experimenté en este sentido.
Como grupo crecimos en sentido de familia, desde la confianza y la profundidad en el compartir y desde la convivencia cotidiana.
La consigna que recoge el caminar andado y mis propósitos el resto del camino es:
¡Levántate y confía!
Terminado el PAF, me he trasladado a la comunidad de las hermanas en la zona 9 de la capital. Me toca esperar en confinamiento hasta que se abran las fronteras y pueda regresar a Nicaragua.
Mientras tanto, estoy metida en la dinámica comunitaria y, a la vez, en contacto y “convivencia” con mi comunidad de origen a través de las redes.