Jesús habla de un hombre que tenía dos hijos. “Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.” Él le contestó: “No quiero.” Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor.” Pero no fue. Y nos pregunta: ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»
Comenzar de nuevo, recapacitar nos hace más personas, no necesitamos ser perfectos, sino humildes y sencillos para reconocer que fallamos y comenzar de nuevo con más fuerza y más fe.
Dios comprende nuestras limitaciones y acepta nuestros reproches dejándonos el tiempo que cada uno necesita para corregirse. Dios no mide las acciones, sólo abraza a los que se vuelven a Él.
A veces el cumplir las normas tranquiliza nuestra conciencia y nos impide darnos cuenta que nuestra teoría está lejos de la práctica. Lo que cuenta son las acciones. Muchos de los que nos llamamos cristianos hacemos muy poco por los demás y algunos que no profesan ninguna religión son a veces más coherentes, más sensibles al sufrimiento de los otros, más humanos.
Tal vez no es necesario pensar a quién de los dos hermanos nos parecemos, porque igual que decimos sí, también decimos no, lo que importa, es permanecer abiertos a rectificar en cada momento.
Que los fallos no nos quiten el sueño, casi nadie es capaz de descubrir lo esencial a la primera.