EUCARISTÍA: ESCUELA DE AMOR

Dios vio que la mejor manera de ayudar al hombre era entrando en nuestro corazón, entrando en nuestra naturaleza, siendo uno de nosotros y caminando con nosotros, así Dios marcó a la humanidad” (Fr. João Domingos OP).

Dios no encontró otra manera para dejarse percibir y acercarse a nosotros, es decir, entrar en nuestra realidad y hacerse pasar por uno de nosotros y caminar con nosotros, dándonos sustento como caminantes en este mundo que a menudo están desilusionados, tristes, desesperados como los discípulos de Emaús. Dios conoce nuestras vulnerabilidades y potencialidades.

Les traemos nuestra reflexión sobre el tema de la Eucaristía como escuela de amor, mirando al Evangelio de Lucas (Lc 24, 13-35) es un texto muy interesante en el que San Lucas nos muestra el gran misterio de la Eucaristía fuente inagotable de nuestra salvación.

En el transcurso de nuestra vida y de nuestro viaje formativo y más allá, ya hemos escuchado varias reflexiones sobre la Eucaristía. Pero hoy (y siempre), miremos a la Eucaristía como la gran escuela de amor donde Jesús nos invita a despojarnos de nosotros mismos y a aceptar nuestra condición de hijos de Dios amados por él.

 

En la escuela de Jesús todos son iguales, independiente de clases, no hay el estudiante más inteligente y el menos inteligente, que es doctor, máster y otros títulos académicos que estamos acostumbrados a llamarnos. En esta escuela, estos títulos pierden su valor o mejor aún, no existen; son todos discípulos desde el más joven hasta el más viejo. Todos son iguales en todos los cuadrantes de la existencia humana.

En esta escuela el gran Maestro no se cansa de explicar los diferentes temas, porque sabe que somos hombres y mujeres sin inteligencia, sin sabiduría y lentos en entender las cosas, pero Él, atento a esto, vuelve de manera paciente e intenta aclarar todo de nuevo como lo hizo con los discípulos de Emaús.

Todo alumno de la escuela de Jesús puede entender que el sentido de nuestra vida está en la Eucaristía, la certeza de nuestra salvación y la mayor expresión del amor divino, porque todos los que participan en ella son llamados a reconocer al Señor en el gran misterio de la Eucaristía en la celebración de la Santa Misa, a reconocerlo en las innumerables experiencias de nuestro diario y nos lleva a contemplar el amor de Dios en el presente o como nos enseña Santo Tomás de Aquino: “La Eucaristía abarca a la vez tres dimensiones del tiempo. Es una memoria o un recordatorio de la entrega de Cristo a la muerte, una poderosa señal de su presencia oculta aquí y ahora, y un (anticipo) del banquete del Reino de su futuro“. (Citado por Thomas Halík en su libro “La noche del confesor”; página 86).

No basta que lo reconozcamos, sino que San Lucas nos dice y enseña que debemos anunciarlo y dar testimonio de Él. Por lo tanto, allí encontramos la belleza y el sentido en seguir Jesucristo. Una vez que hayamos recibido a Jesús, seremos llevadas al aprendizaje continuo de las maneras de crecer en el amor activo y trabajador. Somos llamadas a salir con buena disposición porque lo reconocemos y sin correr el riesgo de llegar tarde como hicieron estos dos grandes discípulos de Emaús. “En ese mismo momento se pusieron de camino y regresaron a Jerusalén…  y contaron lo que les había pasado en el camino y cómo se les había dado a conocer al partir el pan”. La Eucaristía como escuela de amor nos llevará a ser menos egoístas, egocéntricos, avaros, cómodos, celosos e incrédulos. La Eucaristía iniciará en nosotros un proceso continuo de donación, de dádiva. No se trata sólo de dar cosas, sino de darnos a nosotros mismos. Si Jesús se ofrece, si se entrega a sí mismo, es para que cuando salgamos de la Eucaristía sepamos imitarlo, dándonos y entregándonos a los demás.

No participaremos en la Eucaristía solamente pensando en nosotras mismas, en nuestra piedad o santidad. Si Él es la escuela del amor, aprendamos a amarlo según el ejemplo de la Trinidad.

En estos días, cuando el mundo se encuentra devastado por la enfermedad COVID-19, somos invitadas a reconocer al Señor. Son momentos difíciles humanamente hablando, pero también es un tiempo de gratitud, un tiempo para volver a Dios, un tiempo para fortalecer nuestros lazos personales y comunitarios. También es un momento para ayudar a los más necesitados que viven a nuestro alrededor, es decir, ayuda material, espiritual, moral y social.

Maria Domingas Oliveira Reais (MDR)

Comunidad de São Martinho de Porres

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