Liderazgo Dominicano para la vida comunitaria y la misión

Encuentro online Primera Etapa AL y Caribe (11/10/2020)

Geraldina Céspedes

El tema del liderazgo tiene distintas facetas desde las cuales lo podemos abordar, así como también distintos ámbitos de realización. Para este encuentro de Primera Etapa habíamos ya marcado el horizonte, señalando que el tema global sería “Liderazgo Dominicano para la Vida Comunitaria y la Misión”. Por eso hoy en esta reflexión vamos a reflexionar juntas ubicándonos desde lo que somos (mujeres dominicas) y desde el fin de nuestro liderazgo (crear comunidades con vitalidad evangélica y una misión significativa en estos tiempos que vivimos).

Pero también tenemos que ubicarnos desde la etapa en que estamos y comprender desde ahí nuestro liderazgo, haciéndonos conscientes del lugar y el rol que nos toca desempeñar en la Provincia y la Congregación: las que estamos en estos encuentros somos la generación puente, con todo lo que ese simbolismo implica: un puente sostiene, vincula, deja pasar, conecta, ayuda a cruzar, vence los obstáculos que nos pueden dividir o separar, permite ver hacia atrás y hacia adelante (…y todo lo que nos evoque este símbolo). Lo cierto es que a nosotras, la generación puente, nos encargarnos de sostener y cuidar a las mayores y ser una buena referencia para las que ahora están en la formación inicial. Y ser un referente no sólo para las nuevas generaciones en la Congregación, sino también para agentes de pastoral, para nuestros estudiantes, para los nuevos sujetos que están emergiendo a nivel social y eclesial. Hay diversidad de puentes según la arquitectura, los materiales, el diseño. Cada una estamos hechas de distintos materiales y cada una aporta su originalidad a esta rica diversidad que somos las Misioneras Dominicas. No importa…. Lo importante es ser puente (sea de madera, de piedra, de hamaca, de metal, hormigón, etc.). ¿Estamos siendo nosotras un buen puente? ¿O somos un puente por el que da miedo pasar, porque no ofrece seguridad, se está tambaleando o que parece a punto de derrumbarse?

En este marco tenemos que atrevernos a plantearnos algunas preguntas: ¿De verdad queremos nosotras despertar y potenciar nuestra propia capacidad de liderazgo? ¿Estamos dispuestas a apostarle a un nuevo tipo de liderazgo en la comunidad y en la Congregación? ¿Qué implica para nosotras el asumir la misión de formar para un nuevo liderazgo socio-político y eclesial y un nuevo liderazgo en la Congregación?

Antes de hablar de liderazgo hay que partir de la realidad

El punto de partida para el ejercicio del liderazgo consiste en partir de la realidad de las personas. Tomar más en cuenta las circunstancias y el contexto de las personas, hace que una buena líder acierte en su rol de animar, acompañar y guiar a las personas. Cuando no se parte de la realidad, atornillamos al revés o rascamos donde no pica, como dice Eduardo Galeano.

Partir de la realidad es tomar conciencia de las circunstancias. Ortega y Gasset, además de su clásica expresión “yo soy yo y mi circunstancia”, hacía una afirmación profunda que nos da la clave de dar para un liderazgo fructífero: “el ser humano rinde el máximum de su capacidad cuando adquiere plena conciencia de sus circunstancias”.

Pero, ¿cuáles son nuestras circunstancias? Para ser buenas líderes en nuestras comunidades, Provincia o en la misión necesitamos tomar conciencia de las circunstancias personales, las circunstancias de la comunidad y de la gente en medio de la que se desenvuelve nuestra vida y misión. Y hay que tomar consciencia de las circunstancias a sistémico, a nivel integral: cuáles son las circunstancias socio-políticas, eclesiales, congregacionales, cuáles son las circunstancias personales (físicas, psíquicas, espirituales).

El rol de una líder se redefine y se encauza de una manera diferente cuando se deja tocar por la realidad, cuando se acerca y se deja afectar por lo que viven las personas. Por ejemplo, en estos momentos hay que preguntarse cómo desplegar nuestro liderazgo en tiempos de pandemia, qué rasgos ha de tener nuestro liderazgo.

Las circunstancias implican no solo el momento presente, sino también la historia que cada persona y cada comunidad o pueblo trae a cuestas. En esa historia hay referentes de liderazgos saludables y potenciadores que han desatado lo mejor de las personas, pero también hay historias de bloqueos y experiencias traumáticas frente a quienes representaban algún tipo de autoridad. A veces esas experiencias vienen desde la infancia, la familia, el vecindario, de la escuela o de la iglesia. La cuestión es que esas experiencias no hay que ignorarlas a la hora del ejercicio de nuestro liderazgo, en cualquier ámbito que sea (comunitario, laboral o pastoral).

Una tarea que tenemos hoy es ayudar a sanar e integrar experiencias malsanas de liderazgo, animando a que las personas adopten una postura proactiva y mirando al futuro, pues tendemos a quedarnos atascadas en las experiencias del pasado, a veces por comodidad o por miedo a asumir las exigencias de un buen liderazgo hoy. Para desempeñar bien nuestro liderazgo necesitamos soltar ciertas cargas que traemos del pasado, pues si no nos liberamos nos costará desempeñar un buen liderazgo y también tendremos dificultad para aceptar el liderazgo de otras.

Buscando un nuevo estilo de liderazgo

Muchas mujeres hoy estamos cuestionándonos respecto a las formas de ejercicio de liderazgo que se nos han presentado desde una visión androcéntrico-patriarcal y que muchas veces nosotras hemos internalizado. Mujeres laicas y religiosas nos estamos dando cuenta que la cuestión del liderazgo es una de nuestras asignaturas pendientes y un ámbito en el que tenemos mucho que aportar. Necesitamos rehacer nuestras dinámicas de autoridad y nuestras concepciones del liderazgo. Siguiendo el aporte de muchas teólogas feministas, consideramos que necesitamos impulsar el paradigma del compañerismo que exige de nosotras un espíritu de caminar juntas, de crecer de forma circular, creando estructuras alternativas de autoridad.

Desde hace mucho, algunas teólogas vienen hablando de la autoridad del compañerismo, que es una forma de funcionar en la que no nos sentimos por encima de los otros y las otras, sino compañeras, mujeres que necesitamos crecer, apoyarnos y dejarnos ayudar y cuestionar.

El paradigma del compañerismo “es una autoridad de libertad que se vale de la necesidad de solidaridad y cuidado que tienen las personas, para ‘empoderarlas’ por medio de relaciones recíprocas”. Esta autoridad del compañerismo parte de una actitud de confianza en Dios y en las otras y es un compañerismo que se extiende a toda la creación, llevándonos a un sentido de hermandad y conexión con todo lo que existe. En vez de percibirnos como seres humanos que dominamos y nos aprovechamos de la naturaleza, nos sentimos hermanas de la creación.

La manera en que ejercemos la autoridad a cualquier nivel que sea, revela si la entendemos como dominación o como compañerismo. Lo más común en nuestro mundo es ejercer la autoridad como dominación, apagando el fuego de las otras personas. Pero el paradigma del compañerismo es un modelo alternativo de autoridad que busca el empoderamiento y la autorización de las personas, promoviendo una comunidad de iguales y de servicio mutuo.

Ante el ejercicio del poder como destrucción y sometimiento, tal como sucede, por lo general, en nuestro mundo, necesitamos abrirnos a una nueva imagen de Dios que nos impulse a desplegar el poder de crear y amar todo lo que existe, de ser amigas y amigos de la vida como Dios (Sab 11, 26); como mujeres tenemos que desplegar nuestro poder de ir sanando las heridas de nuestro mundo y de la Casa Común, de restaurar las relaciones y la armonía entre todos los seres, superando relaciones frías o de rivalidad, de competencia o indiferencia, para abrirnos a relaciones de alianza, de mutualidad y reciprocidad.

La autoridad alternativa o del compañerismo nos lleva a negarnos a adorar los poderes de dominación para adorar al único Dios de vida. Es seguir el estilo de Jesús que resistió la tentación de saltar desde el pináculo del templo como una demostración de poder. Él escogió un camino alternativo: la solidaridad con las personas excluidas. El seguimiento de Jesús nos lleva a luchar contra la tentación del “complejo de pináculo” y trabajar, no para estar en la cima de la pirámide, sino para transformarla, de modo que todas las personas tengan acceso a la toma de decisiones. Mientras más personas tengan acceso a participar en la toma de decisiones y en la ejecución de una acción, habrá una mayor explosión de energía y eso posibilita el surgimiento de algo nuevo. Esto fue lo que sucedió entre los seguidores y las seguidoras de Jesús que descubrieron que era posible compartir juntos, crear una comunidad de iguales, centrada en la búsqueda de la voluntad de Dios y creciendo hacia una comprensión de la autoridad como servicio y entrega radical al proyecto del reino.

Vivir desde un paradigma alternativo de autoridad supone desaprender ciertas prácticas y lenguajes que refuerzan el modelo hegemónico de autoridad y que divide el mundo y las comunidades entre maestras y alumnas, coordinadoras y coordinadas, etc. Implica saber pasar la antorcha a los nuevos sujetos que emergen en las comunidades, en la sociedad, en la Iglesia.

La democracia dominicana nos impulsa a asumir el paradigma de la circularidad y practicar la recirculación a nivel de gobierno y de los distintos servicios que necesita la Congregación. Este estilo de autoridad se distancia de los modelos autoritarios masculinos y jerárquicos y ejerce la autoridad con cabeza, corazón y ojos de mujer. Esto es muy importante rescatarlo dado que a lo largo de la historia de la Iglesia y de la vida religiosa han prevalecido los modelos masculinos de liderazgos y estos muchas veces se han impuesto a las congregaciones femeninas. Ahora que estamos en el proceso de revisión de nuestras Constituciones es una cuestión a revisar, pues la mayoría de los institutos religiosos femeninos han sido moldeados de acuerdo a una mentalidad patriarcal y a un esquema de compresión de la autoridad que poco tiene que ver con las mujeres. Las congregaciones femeninas han sido asesoradas y guiadas por asesores, canonistas, directores espirituales varones y clérigos y por eso necesitamos buscar otro lenguaje, otra forma de organizarnos y de entender el gobierno.

El paradigma del compañerismo pone el énfasis en lo comunitario y se entiende como un “poder con las otras”, no un poder sobre las otras. Es un paradigma que supone personas maduras, capaces de corresponsabilidad y de poner a funcionar su creatividad para no esperar que las soluciones provengan de los niveles superiores, sino adelantarse a proponer soluciones conjuntas a los problemas. Es la actitud de quienes no esperan que otras abran el camino, sino que ellas se arriesgan a abrir nuevos caminos, nuevas formas de comunidad y de misión. Este nuevo paradigma puede fertilizar los campos de nuestro mundo y de nuestra Iglesia en una época en que hay un vacío de liderazgo o la autoridad se ejerce como poder y de forma individualista, en vez de realizarla como servicio con-las-demás y para-las-demás. Ante las formas de ejercicio de la autoridad que muchas veces apagan y marchitan a las personas, estamos llamadas a ejercer un liderazgo que empodere a las personas, es decir, una autoridad que haga florecer a cada hermana y que desde el Espíritu de Jesús haga estallar la primavera en cada comunidad.

 

 

El estilo de Jesús como fundamento de nuestro liderazgo

Jesús es nuestro primer referente que nos inspira respecto a cómo ejercer nuestro liderazgo hacia afuera y hacia dentro de la comunidad.

En Jesús, nos encontramos con algo paradójico y paradigmático, pues por un lado aparece como alguien que lo que hizo fue vaciarse de poder. Su vida fue una kénosis, un abajamiento, un despojarse, un igualarse “haciéndose uno de tantos” (Fil 2, 6-8). El poder de Jesús se sostuvo en la debilidad y pasó por la experiencia de la impotencia, se situó desde el no-poder.

Pero por otro se nos muestra cómo alguien que sí tiene un poder. Los evangelios nos muestran a un Jesús que en su praxis sí aparece como alguien que tiene autoridad. Pero, ¿de qué autoridad se trata? Es la autoridad de la coherencia: hace lo que dice y él mismo es lo que dice. Por eso afirman de Él que no habla como los Maestros de la Ley, sino que habla con autoridad. La autoridad de una persona proviene de su nivel de coherencia, de su integridad, de conexión entre la fe y la vida, de no hablar más que aquello de la que se está realmente convencida. De eso que dice Casaldáliga: “Que mi palabra no sea más que mi vida”. Jesús actuaba con autoridad y tenía autoridad como instaurador del reino de Dios y como alguien que encarnó en sí mismo todos los valores del reino. Desde ahí, Él pudo rechazar todos los roles de autoridad de la tradición judía patriarcal que se esperaba que el Mesías debía asumir.

De cara a su relación con los otros y otras, en vez de ejercer el poder como dominación, Jesús lo que hizo fue más bien empoderar a otros y a otras, ayudarles a crecer y a liberarse, despertar su condición de sujetos activos. Él no crea dependencias ni tampoco infantiliza a las personas. Incluso aunque ellas estén en una situación de gran vulnerabilidad, Jesús tiene la delicadeza de empoderarlas (“tu fe te ha salvado”, “levántate, toma tu camilla y echa a andar”). Es decir, ejerce la autoridad con un toque de delicadeza haciendo que en cada persona aflore lo mejor de sí misma y capacitándola para servir a los demás.

Varios textos de los evangelios nos dicen que, tras haber visto hablar y actuar a Jesús, la gente estaba asombrada porque hablaba con exousía (autoridad) y no como los maestros de la Ley. Pero, ¿en qué consiste esa exousía y qué es lo que le da autoridad a Jesús?

El papa Francisco ha comentado que hay tres cosas que le dan autoridad a Jesús y que lo distinguen radicalmente de los maestros de la Ley. Esas tres cosas que le dan exousía a Jesús, son las que tendrían que darnos autoridad a nosotras como Misioneras Dominicas:

  1. La cercanía: La cercanía es lo primigenio. La autoridad crece con la cercanía, no con la distancia y el formalismo (además una líder termina sola, aunque sea muy eficiente y buena gestora). Por ahí empieza toda relación de ayuda, de solidaridad, de servicio de autoridad, de transformación de las personas y de la realidad. La misión empieza por un acercarse, vencer las distancias. Pero no solo es una condición o preparación para la misión, sino que la misión en sí misma consiste en crear cercanía y mostrar al Dios cercano. Jesús vive inserto en la vida del pueblo, se pone al alcance de la gente; no se queda apartado en el desierto, sino que se va a Galilea; se hace encontradizo y sale a buscar a las personas. Como dice el Papa Francisco, Jesús no le tiene alergia a la gente; no pone barreras ni muros, sino que toca y se deja tocar por las personas. Con su actitud de cercanía manifiesta que Él es Emmanuel, la encarnación del Dios-cercanía o “Dios-con-nosotros”. La propuesta de una Iglesia en salida tiene de fondo una pastoral de la cercanía, quitando muros y todo lo que crea distancia y separación. Es descubrir el gusto espiritual de ser pueblo, de estar cerca de la vida de la gente, como nos dice EG 268: La misión empieza por entablar relación amigable con la gente, ser buenas vecinas, hacerse encontradizas, salir a los caminos, a la calle, frecuentar los lugares en los que nos encontramos con el sufrimiento de los pobres. Por eso tenemos que preguntarnos por dónde son nuestras andanzas.
  1. El servicio: a diferencia de lo maestros de la Ley, Jesús se acerca a la gente para servirle, no para que le sirvieran o servirse de ellos. Se acerca a la gente para entablar relación cercana, mostrarle su amor, resolver alguna situación que le preocupaba o le mantenía en una situación de sufrimiento. Jesús actúa a favor de la gente, busca una salida a situaciones difíciles de gente que sufre y que tiene algún tipo de carencia (comida, salud, acogida-perdón, relaciones, inclusión, dignidad, orientación, armonía, etc.). Jesús nunca está ocioso ni de brazos cruzados pues hay mucho en que servir a la gente. E incluso en los momentos en que planifica con los discípulos un descanso, un tiempo de retiro, las necesidades del prójimo lo desprograman. Él existe para el servicio y eso es lo que quiere que practiquen sus seguidores. Sus enseñanzas a los discípulos versan sobre el servicio y la entrega y esto se lo expresa tanto con palabras (“yo estoy en medio de ustedes como el que sirve”; “el que quiera ser el primero que se haga el servidor de todos”) como con gestos diversos (lavatorio de los pies, poniendo a un siervo en medio, partiendo y repartiendo el pan en la Multiplicación de los panes y en la Última Cena, preparando la comida a la orilla del lago tras resucitar, etc.).

En la Orden, el liderazgo ha de entenderse como ser el primero o la primera en ponerse el delantal para servir. Timothy Radcliffe, ex Maestro General, cuenta esta anécdota: “Un gran dominico americano vino para estar con los Blackfriars en Oxford. El hermano que abrió la puerta acababa justamente en este momento de limpiar el suelo. Y entonces ese fraile con modales imperativos dijo: “Hermano, vaya y tráigame una taza de té”. De modo que el hermano fue por el té. Entonces el americano dijo: “Ahora hermano, lléveme a mi habitación y ayúdeme a con la maleta”. Obedientemente así lo hizo. Después el huésped dijo: “Ahora quisiera encontrarme con el Padre Prior de esta comunidad. Lléveme a su habitación”. Y él dijo: “Yo soy el Prior”. El Prior era el famoso teólogo Fergus Kerr”.

  1. La coherencia de vida: que consiste en que Él hace lo que dice, no como los maestros de la ley que dicen, pero no hacen; que mandan a otros a cumplir con prescripciones que ellos mismos no mueven ni con un dedo. Así, Jesús nos enseña que la única autoridad que ha de tener una misionera es la autoridad de la coherencia, es decir, del testimonio, de hacer vida lo que predica. Jesús encarna lo que predica. Nos enseña que no basta con anunciar la buena noticia, sino que hay que ser buena noticia. Desde esta óptica, su misión tiene que ser comprendida como una misión profética, es decir, transformadora e integral. Es profética no sólo por lo que él dice, sino por la forma en que vive y enseña a vivir a sus seguidoras y seguidores: una existencia profética en sus palabras, su compromiso, su estilo de vida.

Esta coherencia de vida es la que encontramos en nuestros referentes en la Orden y en la Congregación. De Santo Domingo podemos decir que fue una de esas personas que dieron credibilidad a la frase “el mensajero es el mensaje”, encarnó el ser buena noticia en momentos oscuros. Interpretó las señales de su tiempo con sabiduría, abrió un camino nuevo y un estilo de liderazgo comunitario.

Nuestros hermanos mayores en la Orden como referentes de liderazgo

            Nos haría mucho bien fijarnos en nuestros hermanos mayores en la Orden (Santo Domingo, Santa Catalina, Ascensión Nicol y Ramón Zubieta) para redescubrir cuáles son los rasgos de su liderazgo que nos interpelan e iluminan hoy. También en esta lista de líderes que nos sirven de referencia habría que colocar a varias hermanas de nuestra Congregación que han desempeñado un liderazgo alternativo y transformador, un liderazgo estilo “puente”. Y también colocaría al Papa Francisco por encarnar en estos momentos un estilo de liderazgo para una Iglesia en salida.

 

Volvemos la mirada a ellos y ellas, no sólo por ser una referencia obligada para una Dominica y para una persona de Iglesia, sino porque son íconos de líderes que jugaron un papel clave en tiempos de grandes crisis. En ese sentido nos pueden iluminar a nosotras, a quienes también nos está tocando vivir un tiempo complicado y que nos toca jugar nuestro rol de líderes en tiempos no de crisis, sino de una poli-crisis.

            Contemplemos, por ejemplo, el contexto de profunda crisis y de grandes cambios que vive la sociedad en tiempos de Santo Domingo y cómo él supo situarse, respondiendo a la realidad, pero a la vez aportando algo nuevo a esa realidad y a la vida eclesial. Su liderazgo está marcado por estos cambios:

  • De una sociedad eminentemente agrícola y rural, como lo era la feudal, surge una sociedad en la que el centro de interés lo será la vida urbana en la que se desarrolla gran parte del comercio y la actividad cultural. Hay una fuerte migración del campo a la ciudad y un aire de libertad, pues las personas no se van a regir por los criterios de obediencia y fidelidad a un señor feudal, sino por un cierto espíritu democrático. Surge una nueva cultura y un nuevo desafío para el anuncio del Evangelio. Domingo y sus compañeros asumirán este reto y por eso los primeros conventos dominicanos estarán ubicados en la ciudad y se regirán por principios democráticos: decidir entre todos lo que va a ser vivido por todos. Es algo nuevo en una sociedad donde la gente estaba sometida a la autoridad de la Iglesia y del señor feudal y no tenía ni voz ni voto. Domingo rompe radicalmente con la estructura y la mentalidad feudal, con un estilo de liderazgo que en cierto modo había sido adoptada por los monjes de la época que vivían de forma estable en monasterios grandes rodeados de muchas tierras, bajo la autoridad de un abad que parecía un señor feudal.

Domingo no huye ni se aísla del mundo y sus novedades, sino que se inserta en él y valora las cosas buenas de la nueva cultura, no hay en él una postura condenatoria ni un pesimismo histórico. Por eso, en vez de huir de lo nuevo, de las ciudades, del espíritu democrático, se inserta y aprovecha para la Orden los nuevos valores. Por eso funda sus comunidades en medio de la ciudad para hacer misión, para tener mejor acceso a los centros de formación y vivir ahí el contemplata aliis tradere. Santo Domingo vive con una actitud optimista y esperanzada. Quienes le conocieron dice que era un líder alegre, comunicativo y de buen humor. Se le veía siempre con un rostro alegre, gozoso y amable.

  • De las estructuras rígidas de la sociedad feudal que apenas permitían la movilidad social y no dejaba espacio para el cambio y la realización personal, se pasa a un espíritu de asociación en el que la gente se organiza para defender sus intereses. Mercaderes y artesanos se organizan para defenderse frente a los señores feudales. Se asocian en gremios, originando así un sentido de solidaridad y de comunidad. Este sentido comunitario y solidario inspirará a Domingo a imprimir en la Orden el sentido de comunidad desde un estilo democrático y participativo.
  • Del estancamiento cultural se pasa a un movimiento transformador que se expresa en el surgimiento de las universidades (apertura de horizontes, un universo cultural en el que tienen cabida todas las orientaciones doctrinales y todas las áreas del saber). Este fenómeno tendrá honda repercusión en la orientación del proyecto de vida de Santo Domingo y le llevará a establecer el estudio, en cuanto pasión por la Verdad, como uno de los pilares de la Orden. Ante toda esta novedad cultural, la postura de Domingo es la de no condenar sino dialogar con el mundo y con todo lo que está sucediendo en la sociedad. El suyo es un liderazgo dialogante y abierto a la novedad. 

Referentes de un liderazgo transformador

En nuestra sociedad y en nuestras instituciones se suele valorar muchas veces el liderazgo operativo, la persona eficiente y ejecutiva. Pero el liderazgo con sabor a Evangelio toma en cuenta otros criterios. En nuestros hermanos mayores de la Orden y en el mismo papa Francisco hay un estilo de liderazgo de servicio y entrega, de diálogo y calidez. No es un liderazgo preocupado por el éxito ni por logros inmediatos, sino por sembrar una semilla que el Espíritu hará un día germinar y fructificar.

Lo que encontramos en estas personas es que no son simplemente líderes operativos (que son aquellos que garantizan que las cosas funcionen, que los compromisos sean asumidos, que lo planificado se cumpla, que los problemas se resuelvan, etc., sino que sobre todo son líderes transformadores[1].

Líderes transformadores son aquellas personas que ejercen su autoridad de una forma coherente y convincente, que dan al grupo una visión cautivadora que contagia y mueve las mejores energías de las personas, provocándolas a sumarse a un proyecto significativo, postergando sus interese personales para priorizar una causa común a la que le ven sentido. Sin líderes transformadores será difícil atravesar estos tiempos de crisis como los que estamos viviendo hoy.

Un liderazgo transformador es aquel que ayuda a cultivar el encanto y que mueve a las personas y a las comunidades a superar el miedo, el desencanto, las divisiones. Pensemos en cómo a Santo Domingo y a Santa Catalina les tocó ejercer su liderazgo en tiempos de miedo, de profundo inmovilismo y desencanto. Su estilo de liderazgo fue inspirador en tiempos de crisis y de desencanto. Ellos inventan caminos nuevos, presentan una propuesta, una alternativa de vida. Su liderazgo fue refrescante y ayudó a la sociedad y a la Iglesia a respirar un nuevo aire.

Revisemos nuestra vida en la comunidad y en nuestro compromiso misionero a la luz de los rasgos que distinguen a las personas que ejercen un liderazgo transformador:

  • Quienes encarnan un liderazgo transformador mueven a las personas a que se hagan preguntas profundas. Esto lo hacen no tanto con palabras, sino sobre todo con su práctica. Su estilo de vida y sus opciones hacen que las personas nos cuestionemos seriamente: ¿Y yo en qué estoy y cómo estoy? ¿Y yo qué puedo hacer?
  • Las líderes transformadoras abren caminos nuevos y se atreven a ir más allá de lo normal, de lo establecido. Pensemos cómo nuestros Fundadores abren caminos nuevos y lo mismo Santo Domingo y Santa Catalina en la Edad Media. En medio de una sociedad y una Iglesia instalada y estática, Santo Domingo crea una Orden de movimiento, de itinerancia, de vivir en pobreza y en sencillez (el testamento de Domingo señala que esto es lo que se nos ha dejado como herencia: “…estas son… las cosas que os dejo para que las poseáis por derecho hereditario: tened caridad, guardad la humildad y abrazad voluntariamente la pobreza”). También Santa Catalina inventa caminos nuevos en medio de un mudno que ella dice está podrido (“¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!”). En medio de una terrible crisis socio-política y religiosa, ella busca alternativas. Así, por ejemplo, ella crea círculos de reflexión que, en cierto modo, adelantan lo que hoy conocemos como el método de Ver, Juzgar y Actuar. Y es que las y los líderes transformadores siempre van a crear alguna novedad, no suelen ser repetitivos, sino creativos.
  • Los líderes transformadores, por lo general, cultivan sus habilidades interpersonales y cuidan los detalles de las buenas relaciones con los demás. Ayudan a que aflore lo mejor de cada persona. Las líderes transformadoras hacen que las personas se unan, no en torno a ella, sino en torno a un proyecto común; tienen tacto para tratar temas complicados y personas difíciles. Suelen tener buen nivel de inteligencia emocional y de relaciones humanas, lo cual proviene de su capacidad de ponerse en el lugar de la otra y de su calidad evangélica.
  • Provocan un “efecto imán”, aminorando el “efecto repelente” que algunas autoridades nos pueden causar y que llevan a resistirnos ante sus propuestas o a alejarnos de ellas y de sus ideas. El efecto imán fue lo que sucedió con Jesús cuando llamó a sus discípulos y discípulas y lo que sucede con personas que provocan una atracción y un deseo de vincularse al proyecto que encarnan. Esto es lo que explica la vitalidad de la Orden y de la Congregación en los primeros años: mucha gente se siente atraída, ve que es un proyecto que vale la pena y comienza a sumarse. Este efecto imán es el que necesitamos para una buena pastoral vocacional.
  • Desde nuestra fe y nuestra pertenencia eclesial, podríamos decir que el liderazgo transformador es un liderazgo “con olor a ovejas”, en salida a las periferias existenciales; un liderazgo encaminado a impulsar nuestra opción por los pobres y a lanzarnos más allá de lo habitual, a asumir nuestra misión de ubicarnos a donde hoy tiene que situarse la vida religiosa, que como dice Jon Sobrino, es en la frontera, la periferia y el desierto.
  • Un liderazgo transformador es capaz de gestionar los conflictos de una forma creativa y sanadora, ayudando a las personas y a las comunidades para que los distintos conflictos no se conviertan “ni en ampollas ni en callos” (es decir, que no estemos constantemente reventando ni tampoco que nos acostumbremos a relaciones malsanas y consideremos “normal” situaciones que son anormales en una seguidora de Jesús y en una Misionera Dominica).
  • Un liderazgo transformador alienta siempre a tejer redes y a crear alianzas entre personas y comunidades. Para nosotras se trata de fortalecer el sentido de familia congregacional y de unirnos para la profecía, articulando mejor nuestros proyectos misioneros. Sabe incluir a partir de una confianza básica en las personas (el papa habla de “la revolución de la confianza” y de la “revolución de la ternura” y al igual que nuestros referentes de liderazgo en la Orden, ha sabido delegar, involucrar a personas diversas, crear equipos, comisiones, o sea, creer en la gente). Santo Domingo creyó y confió en las personas, en la comunidad. Esto lo vemos en que no impone sus ideas a los frailes. Por ejemplo, después del IV Concilio de Letrán, cuando le dijeron que no podía escribir una nueva Regla, sino que tenía que escoger una de las Reglas existentes, no toma la decisión él solo, sino que regresó a la comunidad de Toulouse para analizar el asunto con su comunidad y escuchar la sabiduría de sus hermanos. Pero, además de confiar en la comunidad, Domingo era un líder también con confianza en sí mismo y con claridad de cuál era el rumbo que le quería dar a la Orden y cómo enfrentar las dificultades y las críticas. Recordemos cómo Santo Domingo enfrentó al obispo y a otros religiosos cuando le criticaron por enviar a frailes jóvenes de dos en dos a predicar. Él se mantuvo firme y afirmó: “¡Yo sé lo que estoy haciendo!”. También esa firmeza la descubrimos cuando rechaza otros roles de liderazgo en la Iglesia: tres veces le ofrecieron el obispado, lo cual rechazó porque eso entorpecería su servicio a la misión itinerante y su dedicación a los pobres. Su liderazgo es el de un evangelizador que realiza su misión en comunidad, desde la libertad y la pobreza.

A la luz de estos referentes de liderazgo en la Orden y del Papa Francisco, nos preguntamos: ¿Está siendo el mío un liderazgo transformador? ¿En qué aspectos necesito dar un giro a mi comprensión y ejercicio del liderazgo dentro de la comunidad y en la misión?

[1] Cfr. Gonzalo Fernández, Formación para el liderazgo (encuentro con la UISG, 2015).

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