La vocación religiosa: un llamado a vivir profundamente nuestra humanidad

Los seres humanos somos Imago Dei, es decir, desarrollamos una estructura abierta a la gracia y comunión con Dios, que se refleja en la convivencia y relación con otros seres humanos y con el entorno. La opción por la vida religiosa significa acoger el llamado a configurarse con Cristo, es una manera de concretar esta imagen y semejanza de Dios: una vida entregada a la fraternidad, al servicio, al amor y a la construcción del Reino.

Dado que el proceso de discernimiento vocacional para la vida religiosa es profundo y trastoca la existencia, cabe ahondar en la dimensión que nos constituye verdaderamente humanos. Para la teóloga Carolina Montero, es la vulnerabilidad lo que nos define como seres humanos. La autora la define como la apertura para estar en relación con lo que nos rodea y la permeabilidad para afectarnos y transformarnos corporal, mental, emocional y existencialmente por la presencia o actuar de otro. Por otro lado, para el teólogo James Kennan hay tres capacidades que nos definen como humanos: la vulnerabilidad, el reconocimiento y la conciencia.

La opción por la vida religiosa no es un camino de perfección sino de humanización profunda que nos invita a reconocer nuestra vulnerabilidad como una posibilidad de apertura y encuentro con Dios y con los y las demás. No es una condición de debilidad, sino que es una oportunidad para construir relaciones auténticas basadas en el amor y desde ahí ser consciente del Dios revelado, lo que activa nuestra responsabilidad con la vida del otro. En ese sentido, la vocación religiosa es testimonio de que la vulnerabilidad puede ser un espacio fecundo para que habite la fuerza de Cristo. En ese camino de madurar nuestra vulnerabilidad es que nos permitimos salir de nosotras mismas y aprendemos a generar una dinámica de mutuo reconocimiento con los demás, aceptando las diferencias, pero construyendo sobre lo común.

Caminar por la vocación religiosa es optar por una vida entregada al reconocimiento cotidiano: en la vida comunitaria, en las personas empobrecidas, en la misión pastoral, etc. Este constante proceso de reconocimiento puede ser cuestionador por lo que la práctica de discernimiento nos permite escuchar la voz de Dios y responder a las preguntas que van surgiendo desde la experiencia y así ir encontrando sentido. El lugar donde se da este proceso de discernimiento moral es la conciencia, para Dios es el santuario de la persona, donde el Padre se comunica y llama a hacer el bien y evitar el mal, expresado en el amor a los demás. En nuestro caso, esta toma de conciencia es un proceso que se cultiva en el discernimiento vocacional religioso, ya que se nos invita a entrar en diálogo profundo con Dios, acoger la vocación, autocuestionarnos e ir tomando decisiones en libertad y con respeto por lo que vayamos determinando en el proceso.

Estos tres elementos: vulnerabilidad, reconocimiento y conciencia, son de trabajo constante en el camino de vida religiosa para ir alcanzando madurez y autenticidad. Es así que se opta por vivir radicalmente nuestra humanidad estando abiertas a Dios, a los demás y a la creación, en la misión, en la vida comunitaria, en el entorno, etc. Apostando por un modo de vida más fraterna y menos individualista, como una respuesta libre del don recibido que orienta nuestro proyecto de vida a ser significativo.

Milagros Rodríguez Gómez

Postulante, Comunidad Puerto Maldonado

Perú

Compartir esta publicacion