Un encuentro con las raíces:
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- mayo 20, 2025
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visita entrañable en la Comunidad de Barañain

El sábado 10 de mayo, la Comunidad de las Hermanas Misioneras Dominicas del Rosario en Barañain (Pamplona) vivió un momento profundamente significativo. Ese día, la comunidad recibió la visita de Manuel Torralba Lizasuain, sobrino tataranieto de la Madre Ascensión Nicol, fundadora de la Congregación. Joven seminarista de 30 años, Manuel llegó acompañado por algunos compañeros del Seminario Diocesano de Navarra para visitar la tumba de la Beata Madre Ascensión, cuya sepultura se encuentra en esta comunidad de hermanas mayores.
La presencia de Manuel y sus compañeros se convirtió en un encuentro de memoria viva y fe compartida. Junto a todas las hermanas, incluidas aquellas que viven en la enfermería, se rezó con recogimiento a los pies de la tumba de la fundadora, elevando súplicas por toda la Congregación y por su misión en el mundo. Fue un instante de profunda comunión, donde pasado, presente y futuro se entrelazaron en la esperanza.
Después de la oración, los jóvenes saludaron personalmente a las hermanas de la enfermería. Ese espacio, lleno de historia, de sabiduría acumulada, de entrega generosa y silenciosa, dejó en ellos una huella imborrable. En cada mirada, en cada palabra, se percibía la fuerza de una vida misionera vivida con pasión y fidelidad en los rincones más necesitados del planeta.
El recorrido continuó con una visita a la habitación con recuerdos muy significados de los Padres Fundadores, conservados como lugar sagrado para la Congregación. Allí se respiran los orígenes, las raíces de una vocación que se ha multiplicado en generaciones de hermanas que, como ella, decidieron “gastar su vida” por el Reino.
Antes de despedirse, Manuel accedió a una breve entrevista que compartimos a continuación, con sus palabras sinceras y llenas de sentido:
Entrevista a Manuel Torralba Lizasuain
“Mi nombre es Manuel Torralba Lizasuain. Soy de Tafalla, tengo 30 años y actualmente curso el sexto año en el Seminario Diocesano de Navarra. Si Dios quiere, el próximo 29 de junio recibiré la ordenación diaconal. Pertenezco a la séptima generación de descendientes de Madre Ascensión Nicol, ya que la abuela paterna de mi madre era prima carnal de la Madre.”
¿Qué ha significado para ti venir a la comunidad de las Misioneras Dominicas y visitar la tumba de Madre Ascensión?
“Ha sido una experiencia profundamente emotiva. Desde que la Madre Ascensión fue beatificada en 2005, yo tenía solo diez años entonces, su figura ha estado muy presente en nuestra familia. Fuimos a Roma con mis padres y hermanos para la beatificación, y fue un gran acontecimiento para nosotros, para el pueblo de Tafalla y para nuestra parroquia.
Desde entonces, la recuerdo con cariño y cercanía. Siempre llevo conmigo sus estampas, en libros o en la cartera. Sentía que tenía pendiente venir a visitarla aquí, y aunque el ritmo del seminario es muy intenso, por fin hoy se ha cumplido ese deseo.
Estar frente a su tumba, acompañado por tantas hermanas que han dado la vida por la misión, que han seguido los pasos de Cristo y de la fundadora en los lugares más necesitados, ha sido muy emocionante. Me ha conmovido profundamente y me anima a seguir adelante en mi propio camino vocacional.”
Las hermanas ya son mayores y se necesita un nuevo impulso vocacional. ¿Estás dispuesto a colaborar en esta misión?
“Sí, claro. Me ha tocado en varias ocasiones dar testimonio vocacional y hablar sobre la llamada de Dios. Si en ese camino descubro alguna vocación misionera, sin duda la enviaré hacia aquí. Las Misioneras Dominicas del Rosario merecen seguir su obra con nuevas generaciones comprometidas.”
Este encuentro no solo fue un homenaje íntimo a la Fundadora, sino también una siembra de futuro, donde las semillas del carisma dominicano se renuevan en los corazones jóvenes que se dejan tocar por el testimonio de vida entregada.
El ideal que inspiró a Madre Ascensión Nicol sigue vivo. Ese anhelo profundo, que marcó su vocación y la de tantas hermanas después de ella, sigue latiendo con fuerza:
“Yo aspiro a hacer felices a los seres que en mutua unión han de vivir conmigo, a suavizar sus horas de tristeza, a ser en sus pesares lenitivo. Mi anhelo es ver felices a los que amo; pues su dicha es mi dicha y regocijo, aunque oculte pesares en mi alma, aunque oculte mi llanto y mis suspiros; y aún les diera todo el mérito de mis pocos… o muchos sacrificios. Persigo este ideal para mi vida, tal vez digan que peca de sencillo, más… espero lo premie y ennoblezca la caridad de Cristo.”
Ese ideal, que brota del Evangelio y se encarna en la vida, es hoy también la brújula de quienes, como Manuel, siguen respondiendo con generosidad a la llamada de Dios.
Entrevista realizada por la Hna. Marcela Z. , cdad de acogida de Madrid

