Voz profética de los obispos católicos de Mozambique

Reunidos en nuestra primera Sesión Plenaria de este año 2021, los Obispos Católicos de Mozambique, con el corazón lleno de tristeza, como todo ciudadano mozambiqueño que se identifica con el bien del país, deploramos la trágica situación que vive la población de Cabo Delgado.

Lamentamos la inseguridad imperante entre las poblaciones del centro del país y estamos descontentos con la inseguridad alimentaria y el hambre que afectan a otras poblaciones, así como la violencia que en diversas formas se está extendiendo en el país, y todo esto en un contexto de pandemia de covid-19.

Deploramos y condenamos todos los actos de barbarie cometidos. En Cabo Delgado personas indefensas son asesinadas, heridas y maltratadas. Ven sus propiedades saqueadas, la privacidad de sus hogares violada, sus casas destruidas y los cadáveres de sus familiares profanados. Se ven obligados a abandonar la tierra donde nacieron y donde están enterrados sus antepasados. Estos conciudadanos, en su mayoría mujeres y niños, son empujados al precipicio de la inseguridad y el miedo.

Deploramos la prevalencia de esta situación, sin que haya indicios claros de que pronto se superen las causas que alimentan este conflicto. Este estado de cosas hace crecer la percepción y consolidar la percepción de que detrás de este conflicto hay intereses de diversa naturaleza y origen, a saber, de ciertos grupos para apoderarse de la nación y sus recursos. Recursos que, en lugar de ponerse al servicio de las comunidades locales y convertirse en fuente de sustento y desarrollo, con la construcción de infraestructura, servicios básicos, oportunidades laborales, se restan, en la total falta de transparencia, alimentando la revuelta y el rencor, particularmente en el corazón de los jóvenes, convirtiéndose en motivo de descontento, división y luto.

Reconocemos que una de las fuertes razones que motiva a nuestros jóvenes a dejarse tentar y sumarse a las diversas formas de insurgencia, desde el crimen al terrorismo, o que otra insurgencia, no menos dañina, de extremismo político o religioso, se basa en la experiencia de la ausencia de esperanzas de un futuro favorable para nuestros jóvenes. Para la mayoría de ellos, no hay oportunidades para construir una vida digna. Sienten que la sociedad y los tomadores de decisiones ignoran su sufrimiento y no escuchan su voz.

Es fácil atraer a personas, llenas de vida y de sueños, pero sin perspectivas y que sienten injusticias y víctimas de una cultura de corrupción, a adherirse a propuestas de un nuevo orden social impuesto con violencia o seguir ilusiones de fácil enriquecimiento que conducen a ruina.

¿Cómo pueden los jóvenes tener perspectivas si su propio país parece no tener rumbo, un proyecto común, en el que se les invita a ser colaboradores activos y alimentar su esperanza? Nuestra posición es que nada justifica la violencia. Ni la difícil situación, la falta de perspectiva colectiva, compartida como nación, ni los resentimientos, ni la intolerancia o intereses colaterales, de carácter religioso, político o económico, deben desviarnos, como pueblo, por el camino de cualquier tipo de insurrección.

Una vez más, expresamos nuestra total solidaridad con los más débiles y con los jóvenes que anhelan una vida digna. Las religiones tienen un gran aporte que hacer a la resiliencia de las comunidades y a perseguir un ideal de sociedad unida y solidaria, limitar su acción no favorece la búsqueda de soluciones.

Como misión de la Iglesia Católica, siempre ha sido nuestro compromiso colaborar por el bien de la nación, señalando los peligros y esperando siempre que quienes tienen responsabilidades busquen las soluciones adecuadas. Siempre hemos dado nuestra colaboración concreta en el campo del bienestar de nuestra gente en educación, salud y desarrollo humano. Con todo, queriendo colaborar en la reconstrucción del tejido social herido por traumas antiguos y recientes.

Continuaremos redoblando nuestros esfuerzos para ayudar a los desamparados y acoger a los desplazados, brindándoles escucha y consuelo, así como los medios de apoyo que comparten los creyentes. Queremos poder ofrecer a nuestros niños y jóvenes caminos educativos que los abran a los valores de la tolerancia, el respeto y la amistad y puedan ver cumplido el sueño de un futuro mejor. 

Reiteramos nuestra voluntad de colaborar con las fuerzas vivas de nuestro país por un orden social donde el egoísmo deja lugar a la solidaridad, y junto a las autoridades se elabora un proyecto de país que contemple a todos los ciudadanos, favoreciendo a los más marginados y desfavorecidos.

Exaltamos a las fuerzas políticas nacionales, a las organizaciones presentes en el país, a la comunidad internacional a unir fuerzas y, dejando de lado intereses, ayudar a las poblaciones desplazadas, que viven en grave insuficiencia alimentaria, expuestas a enfermedades endémicas y sin acceso a los servicios básicos. También es urgente crear más oportunidades de trabajo y desarrollo para todos, especialmente para los jóvenes, y para esto aplicar in loco los beneficios de los recursos naturales disponibles.

Finalmente, hacemos un llamado a todos a contribuir a la pacificación, protegiendo a la población, cerrando los canales de financiamiento de la guerra, aislando y deteniendo a las personas o grupos que se benefician de la tragedia de Cabo Delgado.

A pesar de los tiempos difíciles que estamos atravesando, que nadie pierda la esperanza. Como dice la encíclica del Papa Francisco “Todos los hermanos” (Fratelli Tutti), “la esperanza es atrevida, sabe mirar más allá de la comodidad personal, las pequeñas seguridades y compensaciones que reducen el horizonte, para abrirse a los grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. ¡Caminemos con esperanza! ”.

Maputo, 16 de Abril de 2021

Obispos da CEM
D. Lúcio Andrice Muandula, presidente

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