LA FELICIDAD DE IR A LA MONTAÑA

La vida de un cristiano, para crecer allí cada día en Dios, necesita renovarse, renovarse, recentrarse en la finalidad de su existencia y en la búsqueda de su felicidad volcada hacia DIOS.
En consecuencia, las recolecciones, el retiro y tantas otras formas de retiro son todos medios, astucias que, ciertamente rutinarias para los fieles a este ejercicio como para nosotros en particular que pueden llevar a una pérdida total de sentido. Entonces, desperdiciamos como de costumbre a riesgo de perder nuestro tiempo.

Y, sin embargo, ¡qué maravilla!

Sí, qué alegría, gracias al retirarse del ruido, de ir a parte, a ir a la montaña que trae la felicidad. Muy cogida en una sucesión de ocupaciones misioneras ciertamente benévolas, el tiempo pasa tan rápido con el que había reservado de antemano para este ejercicio espiritual, este encuentro con DIOS.

Cuanto más tiempo ha pasado y se acerca el final del año y la renovación de mis votos, el miedo toma un gran lugar, pero en mi loco deseo de no faltar a esta cita, mantengo tan fuerte la esperanza en DIOS a costa de los estudios actuales, el que elegido sacrificar.

Porque ante esta gran necesidad de ponerme en el desierto y de ir al desierto, a las montañas, todo lo devuelvo a la providencia divina, seguro que me lo ofrecerá cuando me prepare para ello. Y fue el caso.

He pasado una graciosa semana de desierto en ÉL, con ÉL, para ÉL Y por ÉL, el CRISTO. Sí, un tiempo a solas donde un espacio coloreado de flores y sabiduría divina puesto al padre predicador aún me ofrecía la FELICIDAD DE VOLVER A DECIR, AY QUÉ BUENO ES ESTAR AHÍ, EN ESTA MONTAÑA A SOLAS CONTIGO.

Unida a mi hermana en este lugar de recogimiento, con el corazón abierto al Espíritu, el Señor me ofreció la felicidad de reencontrarme, renovándome en una “noche oscura” inspirada en San Juan de la Cruz y fortalecida por el consejo del padre para seguir creciendo.

Vuelvo con el corazón lleno a los ases. Dios me ha dado lo que pacientemente pedía ya antes, pensaba a veces que no lo merecía. Es así como, en cada encuentro, Dios se ofrece EL mismo igual, pero con cualquier otra gracia para nosotros. Gracias Señor.

Hna Annette/ Camerun

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