El pecado, el dolor, la muerte no son fallos de Dios, son parte de nuestra naturaleza. La salvación no consiste en que Dios nos libre de esas limitaciones, sino de darnos cuenta de que Él está siempre con nosotros y que con todo lo que somos podemos alcanzar la plenitud. Tenemos que preocuparnos por todo lo que en el mundo anda mal y que es por culpa nuestra. Estamos causando demasiado daño unos a otros y eso sí que es horrible. Vivimos de la mentira, el engaño, la corrupción, desde los más pequeños hasta los más altos dirigentes. Siempre que podemos sacamos algo a nuestro favor, en ideas, en privilegios, en los trámites que hacemos, en cosas materiales, en puestos de trabajo, etc. Y ni siquiera nos cuestionamos, y hasta nos consideramos más listos que los demás. No olvidemos que cada acción trae su premio o su castigo. No nos preocupemos demasiado por lo que pasa en el mundo, sino por cómo nosotros hacemos las cosas. Obremos desde el amor pues toda obra buena se transforma en energía positiva para la humanidad, porque como lo dijo el Papa Francisco “todo está conectado”, todos somos uno. Y Sólo el amor es más fuerte que la misma muerte.