LA MUJER DE LA REGIÓN SUR

“Benditas mujeres que en el diario caminar hacen de la historia un grito de libertad, de amor y de esperanza.”

En el Sur del país, había un equipo que acompañaba a campesinos de la región en el conocimiento y exigencia de sus derechos. Estos ven con agrado que mujeres, y además religiosas sientan este llamado de acompañar a la mujer campesina doblemente explotada, como les habla Mons. Zubieta a las monjas de Huesca: “… les habla… y del papel que las religiosas pueden tener en la educación de las niñas y de las mujeres que después serán la base para la creación en sus tribus de familias cristianas” (Mons. Zubieta y Les, Pag.224)

En Cabral los padres del Inmaculado Corazón de Jesús y María regentaban el Centro (que anteriormente había sido un Colegio   Católico) para realizar la formación de los campesinos con talleres, cursos y demás.  Aquí, también se inician los primeros pasos de las hermanas en la formación de grupos de mujeres campesinas.

El contacto con las mujeres era más complejo, había que visitarlas en su trabajo, casa, conuco, etc., la mejor manera   era haciendo la labor con ellas mismas para entender su problemática. La mayoría de las mujeres trabajaban en la recolección de tomate para una empresa, aguantando sol y calor, pero valoraban que el esfuerzo   merecía la pena. Así íbamos recorriendo varios pueblos de la zona de la Cuenca. En Cabral y Polo, el trabajo con las mujeres era más desde una visión eclesial, como una forma de integrarlas a las comunidades de base, aunque también, a partir de ahí, se formaron asociaciones de mujeres.

Poco a poco, se percibía la respuesta que estas iban dando frente a la vida. Les animaba el deseo de mejorar su situación y la de su hogar. No se puede dejar a un lado la labor que se hizo entre los hombres y mujeres para desterrar el machismo y la sumisión sin criterios.

El trabajo con las mujeres lo iniciaron otras hermanas que tuvieron antes que yo en esta comunidad de Cabral, podemos mencionar a: Tony, Rosadina, Conchita, yo me integro en el año 1987.  Tras la enfermedad de la hermana Conchita Valbuena y habiendo pedido anteriormente ir a trabajar con mujeres en el sur, dejé el hospital Juan Pablo Pina, en San Cristóbal, para incorporarme a la comunidad de Cabral.

Los principios fueron difíciles, estaba acostumbrada a unos horarios fijos de trabajo, y además no tenía experiencia   con organizaciones. Una forma de introducirme en el trabajo fue visitando y conociendo las comunidades y su realidad. La pobreza de sus habitantes, tanto material como espiritual, me llevó a pensar más de una vez, volverme a mi hospital de San Cristóbal, como escribe B. Ascensión al Dr. Belisario:” …y esto me hace esperar ha de bendecir el Señor la obra, a pesar de las dificultades que pueden presentarse al principio, para lo cual espero que las oraciones de usted no nos han de faltar”.  Poco a poco fui conociendo, compartiendo, sintiendo de verdad que el trabajo merecía la pena, que el Señor me llamaba a realizar esta nueva misión.  Era duro para mí, pero más duro era para aquellas mujeres que muchos días no tenían ni con que encender el fogón.

El Equipo Lamba, Institución católica, que trabajaba en la diócesis con los campesinos, se va reestructurando dando más énfasis al trabajo con la mujer desde la perspectiva de género. Las comunidades cristianas (tras el nuevo impulso que se les va dando a lo que se llamaría CEBS (Comunidades Eclesiales de Base) va reforzando el compromiso cristiano de hombres y mujeres dentro de la sociedad, donde también me fui involucrando en la formación de  pequeños grupos con esa línea liberadora.

En Polo se trabajó con la mujer, formando comunidades cristianas, concientización y organización comunitaria, basándose en la   experiencia y liderazgos de otros grupos de mujeres que existían en el país. En el caminar con las comunidades, se sentía la necesidad de buscar alternativas frente a la pobreza que vivía la mayor parte de las familias, uno de aspectos más relevante era la desnutrición de niños y niñas de cuatro años en adelante. Es desde esta perspectiva que se inicia con gran esfuerzo la capacitación en los huertos familiares, los cuales eran trabajados por mujeres, cuyo criterio era formar huertos para comida del hogar y la venta de productos. Esta actividad duró varios años, pues no fue fácil convencer de lo positivo que podía ser para la salud este tipo de alimentación.

La actitud de las mujeres frente al desencanto que surge por la llegada del ciclón Georges que destruye todo el trabajo realizado durante años hace decir a más de una mujer: “váyanse, pues esto se acabó”. Sin embargo, el proyecto no se acaba, pues surgen otros grupos motivados a continuar trabajando en la organización. Poco a poco se va consolidando el trabajo y el grupo que se queda, juntamente con los hombres que dan apoyo al proyecto, va consolidándose hasta llegar formarse la Asociación de Productores Orgánicos con venta de productos semanal, procesamiento de sus productos (vino, dulce, salsas, entre otros). Para ello cuentan con un camión. Un Centro de reuniones, además de una farmacia donde se vende medicina a bajo precio.

Actualmente, sigo acompañando, de otra manera, a las mujeres en las comunidades cristianas, en la formación y animación para que ellas sean siempre protagonistas de su desarrollo.  Agradezco a Dios el haberme permitido vivir esta linda experiencia en esta región del sur tan marginada y olvidada por los gobiernos y la misma iglesia.

María Carmen Laguardia

Comunidad de Cabral, Rep. Dominicana.

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