Carta Solidaria

Queridas hermanas, amigas y amigos,

Escribo esta carta desde Quelimane donde he venido por unos breves días para visitar a las hermanas y a sus familias en esta situación de tristeza y desolación en la que se encuentra todo el pueblo de Zambezia.

No sé si seré capaz de conciliar mis pensamientos para poder compartir sucintamente el sufrimiento que están viviendo todas estas personas.

Creo que habrán seguido el paso del ciclón Freddy por Mozambique y Malawi, donde dejó un rastro de destrucción difícil de describir. Permaneció durante cuatro intensos días, tras tres “nuevas llegadas” a Mozambique.

Por su duración y la furia de las aguas y de los vientos que superaron los 200 km/hora con fuertes tormentas eléctricas, nadie recuerda tanta devastación, aunque estamos bien acostumbrados a tantas calamidades naturales. ¡No sabemos cuándo se causaron tantos daños y muertos! Algunos murieron, como dije, arrastrados por las aguas, otros electrocutados por torres de alta tensión caídas, otros bajo los muros de casas o paredes derrumbadas.

No puedo dejar de compartir que las dos comunidades de nuestras Hermanas, así como nuestro Centro de Alfabetización en el barrio Chirangano donde vivimos, uno de los barrios más golpeados por el ciclón debido a la extrema pobreza de su población, también fueron bien golpeadas por el ciclón.

Los tejados, de las residencias de las hermanas, construidos con planchas de zinc, todas se las llevó el viento, así como de los almacenes, empapando los sacos de arroz que las hermanas habían almacenado para casi un año de supervivencia; el Centro social del Chirangano también se quedó con el tejado completamente destrozado, los ordenadores llenos de agua y barro, los libros, ¡qué cantidad de libros de estudio se perdieron! Varias familias de nuestro barrio se refugiaron en las salas que estaban en mejores condiciones, cuando sus casas fueron “tragadas” por el barro y los troncos de árboles y la basura que llegaban de todas partes en las inundaciones.

Las familias de nuestras hermanas no sufrieron menos. Encontramos el domingo a uno de los niños intentando aprovechar un trozo de muro, con material roto esparcido por el suelo, para improvisar un refugio donde vivir.

Pero las lluvias han pasado, así como los vientos, y queda vida por reconstruir… Es cierto que la gente es luchadora y la resiliencia se ve por todas partes.

Este fin de semana, cuando las hermanas recorrimos los barrios para visitar a las familias de nuestras hermanas de Zambezia y a otras familias más afectadas, vimos la vida en las zonas más inhabitables, queriendo ser más fuertes que la destrucción reinante. Adultos y jóvenes encima de paredes aún muy húmedas, clavando algunas de las pocas planchas de zinc que consiguieron recuperar (parecía como si alguien las hubiera enrollado como si fueran rollos de papel), mujeres recogiendo trozos de material local desperdigado para intentar “remendar” su casita. Pero continúan los caminos intransitables, llenos de cables eléctricos por el suelo, aguas residuales mezcladas con el agua de los pequeños pozos, donde las mujeres lavaban la ropa de sus hijos y cogían agua para el uso de la familia, el agua y… ¡Qué agua, Dios mío!

Sabemos que los medios de comunicación nos bombardean a menudo con noticias alarmantes que al cabo de un día o dos ya no son de actualidad…

Pero ahora la vida tiene que volver a empezar y justo aquí, en el corazón de la capital, Quelimane, no tenemos agua potable, ni siquiera a la venta en el mercado; después de casi una semana, la electricidad ha llegado intermitente ¿dónde y cuándo podrá la gran mayoría de esta gente encontrar los medios más esenciales para construir sus casitas, pobres ciertamente, pero donde poder cobijarse con sus hijos?

No podemos decir que el gobierno sea insensible, y comprendemos bien que no es fácil responder a los gritos de tantos niños que claman por techo y pan, en medio de un sinfín de calamidades que cubren varias provincias, pues Freddy ha hecho estragos en muchas de ellas. En Maputo, cuánto podría compartir con ustedes de distritos urbanos como Mahotas, donde vivimos.

Aquí, en Quelimane, el Ayuntamiento ha contratado diez grandes camiones que recorren la ciudad retirando los árboles caídos y todo tipo de basura, pero… ¡la basura no se acaba! La malaria, las enfermedades de la piel, la filariasis y, sobre todo, el cólera está matando, no hay medios posibles para combatir una desgracia de tan grandes dimensiones.

Queridas Hermanas y Amigos, la carta que quería que fuera corta, porque todos estamos saturados de palabras, ya es larga. Perdonad, confío en vuestra comprensión.

Apelamos a vuestra solidaridad. Se dice, y lo hemos comprobado tantas veces, “Que, con Dios, un poco es mucho y hace milagros”. Muchos de vosotros ya habéis apoyado nuestra misión de varias formas. Disculpadnos si venimos a apelar, una vez más, a vuestro corazón bueno y sensible. Lo que cada uno de vosotros pueda aportar, será una oportunidad de vida para estos hermanos y hermanas nuevamente empobrecidos y víctimas de este desastre natural.

En su nombre y en el nuestro, ¡Gracias de corazón!

Maria Inocência A. Costa
Misionera Dominica del Rosario

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