EL RESUCITADO, RESUCITANDO

No es fácil describir lo que significó el paso de un huracán en la vida de una ciudad, la ciudad de Quelimane en Mozambique. Fueron casi tres días sufriendo los efectos devastadores de su fuerza destructora. Lluvias intensas como nadie se recordaba haber vivido y vientos huracanados que llegaron a alcanzar una velocidad superior a 200Km/h.

Toda posible imaginación, incluso la más fecunda, se quedará pequeña en relación a lo que fue vivido. Algunos sospechan que se encontraban debajo de los efectos del propio “ojo del huracán” para explicar la fuerza y voracidad que experimentaron.

Pero es más difícil todavía, describir la angustia, el miedo, la ansiedad e inquietud que marcaron el fondo de cada una de las personas, afectando por dentro, desestabilizando a unos y perturbando a otros, pero a todos marcando de por vida.

Hasta aquí la expresión más real y evidente de la muerte, en su más plena expresión, muerte moral, social e incluso física. Dejarse llevar por su fuerza negativa y destructora y por la tendencia de los sentimientos golpeados con tanta fuerza, sería lo más fácil.

¿Pero cómo explicar la reacción que se vivió en las familias, en los barrios, en toda la ciudad, poco tiempo después de que se tomase conciencia de la magnitud del desastre? ¿De donde surgieron la determinación y las fuerzas necesarias para arregazar las mangas y ponerse a actuar? ¿Cómo surgió esa actitud de resiliencia personal y colectiva haciendo posible lo que parecía imposible? ¿Y cómo explicar la solidaridad interna y externa a toda prueba?

Según el sentido libertador do nuestro carisma, la tarea evangelizadora… “se constituye en el mandato de vivir juntas, de manera consciente, la fuerza renovadora de la Resurrección que actúa en todos por el poder de Dios” (n. 9)

Es esta la convicción que nos permite descubrir que el Resucitado continúa resucitando… En la ciudad de Quelimane, se le siente Vivo, se ha experimentado que es posible luchar contra tanta destrucción y muerte, que la tristeza, la angustia y el miedo que por toda parte acechan, no tienen la última palabra.

Y esta fuerza renovadora de la resurrección permanece viva y actuante. Se concretiza en tanto fuerzo y trabajo sin descanso para recomponer lo destruido, de forma creativa y provisional; en tantos gestos solidarios y fraternos para encarar las muchas carencias básicas, el agua, la energía, la alimentación…

Y esta conciencia de saber que El está vivo, que está presente, que permanece, que nos anima y sostiene dando el sentido a nuestras vidas, nos hace vivir la misión como el mejor tesoro de nuestra vida.

Hermanas de Mozambique

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