MORIR, POR UN VIVIR

Hay varias formas de comprender la muerte. Por lo general, comprendemos la muerte como un fin de la vida temporal, un no-existir.

En los días de la pandemia, esto fue una de las palabras que procuremos no verbalizar, evitar que se retumba en nuestro entorno, evitamos reconocer y aunque sin darnos cuenta, ya estuvimos en ella por saturación en todas formas de información y vida donde estuvimos. De verdad, quedábamos congeladas con tantos reportajes de muertos, no del acto de morir.… Así, preocupadas por curar, ser curadas, cuidar y ser cuidados, preservar y hacer lo posible que mantengamos vivos como deseamos para todos, incluso los que quieren morir… todo el mundo lucha por la vida, no de morir.

En 1 Cor 15,36, San Pablo nos ensena que “lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes.”

Por este pensamiento, quiero dar homenaje a una hermana que valore tanto por su ser, sencilla y entregada en el compromiso. Conocí a aquella hermana cuando tenia once años, era una chica en el cole. Seguía a ella parece como una discípula que mantenía mis ojos en su ritmo y preocupación. Era una persona que daba formación a los catequistas y lideres de la comunidad cristiana.

El día que me encontró como aspirante, estaba exultante. Los tiempos de noviciado y juniorado fueron los que le preocupaba de ayudarme entender las demandas del seguimiento a esta vida, la de ser misionera, fuerte y entregada.  Me preguntaba cada vez que nos encontrábamos en la comunidad de acogida en Baliwasan y en los tiempos de visita a su comunidad. Eran días felices y acogedor porque disfrutaba cocinando para nosotras.

En los últimos dos años, agradezco la oportunidad me han brindado, el acercarla y cuidarla, escuchando sus bonitas memorias de misión y las luchas que experimentaba en la vida. Para mí, es sentirse unida con esa persona que abriéndose sus puntos débiles y los triunfos me marcaron su vida y misión. Por haber tenido esa misma oportunidad en estar conectada y compadeciendo con ella es también para mí: “morir, por un vivir”.

Sin embargo, el final ya llego para despedirse de entre nosotras, de la comunidad. Todas sentimos profundamente está perdida. El dolor y la ausencia nos lleva a buscar razón y conexión a la fe y esperanza. Verdaderamente, la fe en la resurrección de Jesús da fuerza, porque después de haber perdido una valiosa vida en nuestro entorno, ha pasado al otro lado a la vida plena, ya resucitada. Una presencia que la vivimos de otra manera porque traspasa lugar, tiempo y situaciones. Una vía de agradecimiento por la vida compartida y la vocación misionera.

Nini Rebollos

Zamboanga, Filipinas

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