“SUEÑO UNA CASA CADA DÍA EN FIESTA DE LA FRATERNIDAD, TODAS COMPARTIENDO UNA MISMA COPA Y UN MISMO PAN”

Como comunidad Santo Domingo de Guzmán- Quito, compartimos a través de la frase de esta canción lo que para nosotras significó el acompañar a nuestra hermana Dolores Otazu desde el domingo 19 de junio, día en que llegó a Quito, hasta el domingo 15 de octubre en que su vida se apagó.

La canción antes mencionada, Dolores la cantaba mucho con la gente en las diferentes pastorales que realizaba en Santo Domingo de los Tsáchilas y creemos que tanto para nosotras y ella el contenido de la misma se hizo realidad durante los cuatro meses que duró su enfermedad.

Compartir con ella el dolor de la fragilidad en su enfermedad y el ver que cada día se iba apagando, aunque soñaba y mantenía la esperanza de ir a España para encontrarse con su familia en especial con su hermana Teresa que tiene su salud delicada, implicó para nosotras permanecer a veces sin palabras, porque sabíamos que su situación era muy delicada e irreversible pues su cáncer avanzaba a pasos agigantados.

El tiempo que vivimos con Dolores en la comunidad fue para nosotras vivenciar la sororidad-fraternidad, sosteniéndonos unas a otras desde la fe en Jesús; por las hermanas del Consejo Provincial y todas las hermanas que desde la cercanía o la distancia nos animaban con sus mensajes y oraciones.

Experimentamos la proximidad de la familia con la presencia de su hermano Ramón, religioso Dehoniano, que permaneció un mes acompañándola, conversaba con ella, rezaban el rosario en él se encomendaban a la Virgen de Ujué de la cual era muy devota y escuchaban algunas reflexiones del evangelio.

Personas cercanas de Santo Domingo de los Tsáchilas la visitaron, con quienes dialogó largo rato y les daba recomendaciones para la pastoral y su vida familiar.

En la última semana fue difícil ver cómo su vida se apagaba con rapidez, “ya no hay nada que hacer por ella” fueron las palabras de los médicos el viernes 12 de octubre. Las horas que de ahí pasaron fueron largas y tristes, sin embargo, sabíamos que ella había luchado hasta el final como la mujer fuerte y de fe que siempre fue.

Nos queda a nosotras la memoria agradecida de su vida entregada durante 47 años en Ecuador en la misión, la formación, en el servicio de los Consejos Provinciales, de lo que fue la Provincia Ascensión Nicol, y en la Vida Religiosa de Santo Domingo de los Tsáchilas; también nos queda la satisfacción de no haber escatimado esfuerzos en su cuidado.

Para finalizar hacemos nuestras las palabras del canto “juntas compartiendo una misma copa y un mismo pan”, eso significó esta experiencia con Dolores que ya goza de Dios.

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